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Francisco Pérez - Galdós

REFLEXIONES

PREDICAR CON EL EJEMPLO

PREDICAR CON EL EJEMPLO

       A menudo, en esta sociedad que nos ha tocado vivir, te encuentras con un sinfín de personas más o menos simpáticas o malhumoradas, inteligentes o necias, educadas o pasotas, solidarias o egoístas, sensibles o indiferentes, ... y sabes que son así; todos, en mayor o menor medida, las admitimos, aceptando esos defectos o virtudes, como signo de la pluralidad social en la que estamos inmersos.

      Sabemos que hay virtudes que no son intrínsecas a la persona: no todos tenemos que ser simpáticos, inteligentes, cultos, guapos, sensibles, etc., sin embargo, sí hay otras que, por edad y formación, deberían formar parte de nosotros mismos.

      Es admisible que alguien sea menos educado o menos tolerante que otro, pero iría en contra de mi forma de ser aceptar la mala educación y la intolerancia como algo natural y normal por ser habitual en el devenir diario.

      La falta total de las más mínimas normas de educación, están hoy “a la orden del día”: no saludar, no dar las gracias, la falta de respeto a los mayores, ese tuteo generalizado, son para muchos el modelo de urbanidad que tienen establecido y que, a fuerza de repetirlo, intentan que lo aceptemos los demás.

      Es muy común encontrar personas que no sólo piden, sino exigen, que los demás seamos tolerantes y aceptemos, sin opinar ni razonar, todo lo que a ellos/as les parece correcto; pero que, de repente, al más mínimo inconveniente, se descubren y se nos presentan como los verdaderos intolerantes que son.

      En algunos lo esperas, en otros te sorprende, en nadie lo entiendes pero, sin embargo, debemos aceptar que a lo largo de nuestra vida nos vamos a encontrar con esa dicotomía en seres que no tienen claro eso de “predicar con el ejemplo”.
 

NUESTRAS SEÑAS DE IDENTIDAD

NUESTRAS SEÑAS DE IDENTIDAD

Cuando hace alrededor de unos meses, el frío nos invadía por doquier (ahora somos invadidos por el siroco, la calima y temperaturas no aptas para este mes de enero) y no había forma de entrar en calor, me apeteció tomarme una taza de "leche y gofio" o "gofio y leche" (utilizo más la segunda opción) y comprobé que el que tenía en casa no conservaba su aroma y sabor característico, por lo que no me quedó otro remedio que ir a comprar un paquete nuevo para saciar el capricho o antojo que tenía en mente.

 Comencé a buscar por las estanterías del “hiper” , el típico paquete de plástico transparente de antaño que me señalara que ese era el producto por mí deseado; pero ¡oh, sorpresa! , su envoltorio ya no era el mismo .Ahora es de un papel medio acartonado que nos dice:”Nuevo envase, + aroma +conservación”. Bueno, hasta ahí la cosa iba más o menos entendible, auque a ese eslogan se podría añadir “+ caro” que me imagino sería un condicionante importante para ese cambio de envase.

La verdadera y gran sorpresa surge a posteriori, cuando empiezo a buscar el tipo de gofio que deseaba para elegir el apropiado: de millo, de trigo o mezcla; y, por si ustedes no lo saben, ya no existe el “gofio de millo” ahora es, según  consta en el paquete, “gofio de maíz”

 Los pelos se me pusieron como escarpias cuando leí tamaña estupidez. Se necesita ser “bobo m...” para hacer esa traducción  tonta de uno de los términos del producto; si alguien de “p’afuera” lo quisiera comprar tampoco sabría el significado de gofio ¿digo yo?, entonces, ¿a qué viene eso?

   Nuestras “señas de identidad”, tan pregonadas por nuestros principales partidos nacionalistas y por otros que, aun siendo de ámbito nacional, también las defienden, “de boquilla”; nos las están cambiando.

   Después de lo visto no se extrañen que el gofio de millo pase a ser “Harina de maíz tostado” o que el mojo picón con pimienta de la p.m se convierta en “Salsa picante de guindilla” , tiempo al tiempo.

     ¡Ah!, si son como yo y no quieren cogerse esta absurda rabieta , absténganse de comprar el gofio de la marca “La mazorca de maíz” o sea, en cristiano, la piña.
 

HUYENDO DE LA MISERIA

HUYENDO DE LA MISERIA

Venían ilusionados huyendo de la miseria y de la hambruna  que soportaban en  cada uno de sus países de origen; habían invertido en ese viaje sin retorno todos los ahorros de su vida. 
Buscaban una existencia mejor, un simple trabajo que les posibilitara el bienestar para todos los suyos: un techo, comida, hospitales, medicinas, educación; en fin, lo mínimo y básico a lo que anhela cualquier ser humano.
Con enorme dolor se alejaron de sus costumbres, de sus tradiciones,  de sus mujeres, de sus novias, de sus padres, en definitiva de sus propias raíces con el fin de encontrar su “tierra prometida”Eran muchos, más de veinte: hombres, jóvenes, mujeres, niños, los que embarcaron en aquella patera en una oscura noche de este mes de febrero. La tristeza se mezclaba con la ilusión sin presagiar para nada el trágico fin que les esperaba. Ya estaban ahí, tocaban con sus manos la costa de Lanzarote y la arena negra de aquella playa cuando, incomprensiblemente, comenzaron a desaparecer en las aguas que los habían conducido hasta la esperanza que nunca llegó.  Nada funcionó, esos radares y detectores de alta tecnología, con las que se supone se vigilan nuestras costas, no dijeron nada, quedaron en silencio, sólo se oían los gritos y lamentos de muchas personas que buscaban la felicidad y se los tragaba, irremediablemente, la mar.Es triste, muy triste ver y comprobar cómo ni siquiera tenéis la importancia para ser cabecera de noticia en los diarios más importantes de nuestro país (ayer una pequeña reseña, hoy, nada); sólo los nuestros, los canarios, que sabemos y captamos día a día vuestro sufrimiento, destacaban en primera página el desastre ocurrido y la impotencia de las personas anónimas que fueron en vuestro auxilio, pero pronto también se olvidarán, seréis simples números de unas tumbas a las que nadie se acerca a dejar una flor: la insensibilidad humana está llegando a límites insospechados. Espero y deseo que ahora sí estéis en un mundo mucho mejor y perfecto en el que encontréis todo lo que buscabais. Que vuestro Dios y el mío os de la paz que os merecéis.